Todos, en mayor o menor medida, damos consejos a lo largo de nuestra vida. Si bien, hay personas a las que no les gusta aconsejar demasiado, a todos nos surge esa necesidad cuando somos padres.
Dentro de la educación general que aportamos a nuestros hijos, prácticamente en todas las edades, tenemos que darles consejos ante las dificultades que se van encontrando.
Empezamos a aconsejar a nuestros hijos cuando comienzan a tener pensamientos elaborados, cuando se inician con ellos conversaciones activas. Y el número de consejos se incrementa a medida que se van haciendo mayores.
El contenido de los consejos puede ser más o menos acertado. Depende de nuestra propia experiencia y conocimiento en cada caso. Pero la forma en que lo damos solo depende de nuestra actitud. Es más controlable y es tan importante como el contenido.
De la forma de dar un consejo depende el que sea aceptado y que se interiorice. Pero también va a influir en la forma de sentir del niño, en su autoestima y en su futuro estilo de afrontamiento.
Vamos a desgranar algunas pautas para aconsejar correctamente a nuestros hijos:
- Considera el momento: La mayoría de las veces, nuestro primer impulso, es aconsejar en el momento. Solemos decantarnos justo cuando surge la situación o cuando nos plantea el niño la duda. Debemos considerar si es el mejor momento para dar nuestra opinión, tanto en el momento, como en el lugar y en el estado emocional del niño. Quizá el sitio no sea adecuado porque está delante de sus amigos. Quizá el momento no sea adecuado porque no tenemos tiempo suficiente para abordar todas las aristas. Quizá el estado emocional no sea el mejor porque el niño está nervioso, con falta de atención o apesadumbrado. O quizá sea nuestro propio estado emocional el inadecuado (porque estemos enfadados, tengamos prisa o estemos frustrados).
- Considera la información: Antes de dar un consejo valora si tienes los conocimientos necesarios. En el caso de los niños, normalmente es así. Cómo adultos solemos tener una sabiduría superior procedente de nuestra formación y experiencia. Pero puede haber casos en que este conocimiento no sea del todo suficiente. Podemos ampliarlo antes de aconsejar, e incluso podemos pedir nosotros consejo a algún experto en la materia. Por otro lado, también podemos ampliar la información del caso concreto que se le presenta al niño. Conociendo todos los aspectos de la situación, podemos dar una orientación más precisa y adecuada. No dudemos entonces en preguntar al niño antes de valorar sin tener todas las claves.
- Valora objetiva y positivamente: Si tenemos que valorar como se ha comportado el niño para aconsejar otras reacciones futuras, valoremos su conducta en términos objetos, pero siempre con palabras positivas. Si su reacción no ha sido adecuada, probablemente sea por falta de conocimiento o habilidades. Hagamosle ver sus errores pero como oportunidades de mejora. Tengamos en cuenta que las palabras de reproche solo van a aumentar su frustración y fomentar una baja autoestima. Centrémonos en los aspectos concretos y objetivables del caso y como mejorar las decisiones.
- Controla el lenguaje y la voz: Igualmente, el tono y las palabras que utilicemos están comunicando actitudes. Usemos un tono adecuado y un lenguaje positivo. Pero, sobretodo, el lenguaje ha de ser también claro. Las palabras deben ser sencillas y concisas. Evitemos eufemismos.
- Permite el feedback: Deja que el niño exprese sus dudas sobre lo que le has contado. Puede que lo que nosotros consideremos claro o lógico, no lo sea tanto para ellos. Una comprensión completa va a facilitar un absorción en interiorización más elevada.
Aconsejar a un niño es difícil y encierra muchas más implicaciones de lo que podemos pensar. Haciéndolo en buena forma habremos hecho ya la mitad del trabajo.