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Todos tenemos secretos. Es intrínseco al ser humano guardar información para nosotros mismos. Puede ser que no queramos hacer daño a alguien con cierta información, que nos hayan pedido guardar el secreto, que queramos dar una sorpresa a alguien o incluso que sea una función requerida en nuestro trabajo.

Tanto si los secretos son malos o buenos, ocultarlos supone un gran esfuerzo para nosotros.

Contrariamente a lo que podemos pensar, dedicamos mucho tiempo y trabajo de forma activa para guardar esos secretos. Algunos estudios muestran que tendemos a pensar en nuestros secretos unas tres veces al día.

Guardar un secreto requiere mantenerlo presente en nuestra mente y recordar activamente a quién no podemos contárselo. Este pensamiento aparece no sólo cuando la otra persona está presente, sino también en su ausencia, o incluso estando solos Las personas que tienen que guardar un secreto presentan mayor malestar y menor sentimiento de felicidad. Incluso se han descrito algunas incidencias en la salud.

Con toda la actividad mental necesaria para mantener un secreto, no es extraño descubrir que el estrés aumenta cuando ocultamos algo. Y conocemos profundamente los daños que puede causar el estrés mantenido (leer artículos relacionados con el estrés).

Un experimento del Profesor de Psicología Michael Slepian de la Universidad de Tufts ha ido un poco más allá y ha intentando relacionar los secretos con la percepción.

Se comparó la percepción de un grupo de personas que ocultaban grandes secretos con grupo control. Se les pedía que estimaran medidas físicas como la inclinación de una colina, la medida de una distancia o el peso de algunos objetos.

Las personas que tenían que mantener oculta un secreto percibían más inclinadas las colinas, más largas las distancias y más pesados los objetos.

Así que podemos concluir, que guardar un secreto es una tarea literalmente pesada, que nos cuesta remontar y que se nos hace muy larga.

FUENTE: The Physical Burdens of Secrecy

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