Años 90 – Universidad de Parma. Un grupo de neurofisiólogos estudian la planificación de la conducta con ayuda de un macaco. Le han colocado varios electrodos en la zona F5, en la parte inferior de la corteza premotora.
El mono tiene diversos objetos para manipular: frutas, juguetes,… Al cogerlos los investigadores pueden ver cómo se activan determinadas neuronas en su cerebro.
De repente, sin que el macaco coja ningún objeto, se empieza a registrar actividad en su cerebro; las mismas neuronas que se encendían cuando tenía algo de fruta.
Casualmente, un investigador había cogido una fruta y el mono le estaba observando.
Así se forjó uno de los mayores descubrimientos en neuropsicología moderna: las células espejo.
El funcionamiento de las células espejo explica porqué somos capaces de imitar las conductas de los demás, pero también, y sobre todo, explican porqué somos capaces de sentir sus emociones.
Cuando vemos a alguien reír, se nos activan casi las mismas neuronas que la persona observada. De hecho, no es necesario observar la acción, basta con que nos creemos una representación mental.
Este mecanismo es innato. Se ha observado esta capacidad de imitación en los bebés de tan solo una hora de vida.
Estas neuronas espejo (también llamadas especulares) aportan información sobre lo que la otra persona siente y piensa. Esto supone que son la clave para predecir la intencionalidad y la conducta de los demás.
Estas neuronas representan la base neurológica de que somos un animal social. El ser humano esta diseñado para relacionarse ante los demás. Somos seres sociales y necesitamos relacionarnos para ser felices.