A ciertas edades, los niños, empiezan a tener sueños más elaborados, y con ellos, algunas pesadillas. Estos malos sueños pueden afectarles más que a los adultos, ya que a los niños les cuesta más distinguir lo que es real o no, y el malestar emocional puede ser mas duradero.
Comúnmente llamamos sueño a estas historias que nuestra mente genera cuando dormimos y que, algunas veces, recordamos. Aunque el término más correcto sería ensoñación.
¿Cómo funcionan los sueños?
Se sabe poco de cómo el tren del pensamiento dirige nuestras ideas hacia unas u otras historias, ya que por su naturaleza, es un ámbito difícil para la experimentación. Lo que sí sabemos es que lo que soñamos por la noche suele estar relacionado con las experiencias y emociones vividas durante el día. Y que éstas, pueden conexionar con experiencias y emociones pasadas haciéndolas aparecer en la ensoñación.
Los niños suelen presentar sueños más simples, en lo que se refiere a la complejidad, que los adultos. Por un lado, tienen una mente menos desarrollada y, por otro, han vivido menor número de experiencias. Pero a nivel emocional, los sienten quizá, más intensamente. Por esta razón, muchas veces, cuesta tanto calmarlos.
¿Cómo calmar a un niño tras una pesadilla?
Cuando un niño tiene un mal sueño puede despertarse realmente alterado y con mucho miedo. En ese momento, podemos seguir algunas sencillas pautas para poder tranquilizarle:
- Hacerle saber que estamos allí. El primer paso nos sale por puro instinto, abrazarle (también su instinto será el de buscarnos). Nuestra presencia va a aportarle seguridad y tranquilidad. Es útil utilizar un tono de voz calmado y pedirle que abra los ojos y nos mire (si no lo ha hecho todavía). Verbalizar “Papá y/o mamá está aquí”, “No pasa nada”, “Ya ha pasado” aportarán mayor confianza.
- Situarle en la realidad. Cuando despiertan con esa angustia, les cuesta asumir que la pesadilla ha terminado. Le podemos ayudar, además de con nuestra presencia, haciendoles ver que están en un lugar seguro: “No pasa nada, estamos en casa”, “Mira, estás en tu habitación”.
- Escucharle. El niño puede tener la necesidad de explicar lo que ha soñado y las emociones que ha vivido. Para que se sienta comprendido, debemos escucharle y hacerle ver que le entendemos, para luego explicarle que no ha sido real.
- Explicarle que ha sido un sueño. Podemos hacerle entender lo que ha pasado. Que ha sido un mal sueño y que ya ha pasado, que no es la realidad: “Ha sido solo un sueño”. Decirle que todos soñamos y que esos sueños pueden asustarnos, es natural tener miedo, pero no son verdad y no han sucedido.
- Utilizar la imaginación contra la imaginación. Las pesadillas son poderosas porque el niño tiene todavía un pensamiento de lo imaginario como real. Le cuesta creer que el sueño no ha sucedido. Podemos utilizar esa capacidad imaginativa en nuestro favor. Podemos convencer al niño de que nuestras caricias tienen poderes, su cama un aura protectora, su osito un escudo y su almohada puede generar un arcoiris que produce sueños bonitos.
¿Se pueden modificar los propios sueños?
Los últimos estudios sobre este tema muestran perspectivas interesantes. Partiendo de la base de que el transcurrir de las historias en nuestras ensoñaciones va por conexiones neuronales ya fijadas, se pueden crear caminos para que el relato de nuestro sueño acabe en el final que deseamos. Es decir, nuestros sueños son como son porque el cerebro va activando conexiones mentales que existen; un recuerdo nos lleva a otro recuerdo y una sensación a otra sensación que está conectada.
Entonces, podemos fortalecer las conexiones que queremos soñar.
Por ejemplo, imaginemos un niño que sueña de forma recurrente que hay un monstruo que viene a su habitación y le roba los muñecos. Podemos contarle al niño la misma historia pero cambiando el final: el niño se enfrenta al monstruo con sus poderes, y cuando dice “¡Vete monstruo!”, el poder de su voz le hace huir para siempre.
Fijando esta historia en la mente, cuando el niño sueñe algo similar, es más probable que el tren del pensamiento siga por este camino más trabajado, desembocando en el final que queremos.
Hagamos que los sueños de los niños sean bonitos por el día para que sigan siendo bonitos por la noche.